14/6/11

Solía sentarme en aquella vereda, sólo a mirar el cielo y los perros jugar. Conversaba conmigo misma horas integras, como me había ido, quién me gustaba, por qué me gustaba y cosas por el estilo. Eran tardes de soledad acompañada, con cómplices que hacian del ambiente el adecuado.
Solía perderme tanto en esa vereda, pero dejé derrepente y sin saber cómo de escucharme, mi voz, mi otra voz, se durmió, se calló, se fue. Quiero oirla, que me hable, aconseje, quiero que me arruye y me cuente cuentos que me estremezcan el alma.
Siempre me siento en la misma vereda, esperando que mi voz algún día vuelva, si la ven diganle que ahí la espero, como antes, como siempre.

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